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La risa del payaso

Fernando Gracia. Debo confesar que no soy asiduo de las películas de superhéroes ni mi mundo es el de Marvel o similares. Lo que no es óbice para que en su momento viera dos o tres entregas de Superman, otro par sobre Batman y hasta alguna de Spiderman.

Por tanto, cuando hace meses supe que había una nueva sobre el Joker, el villano de Batman, ni se me pasó por la cabeza que acabara viéndola. Fue el paso del tiempo, con la presencia en el Festival de Venecia, reconocimiento incluido, y los comentarios que iba dejando a su paso lo que me ha hecho acercarme a la sala, y además para verla en versión original, por aquello de que está el Phoenix por el medio y ya sabemos que su voz no es precisamente vulgar.

Y la impresión no ha podido ser más satisfactoria. Porque, amigos, no estamos ante un filme de superhéroes, ni siquiera ante un tebeo –bueno, cómic, que parece ser el vocablo que se ha impuesto-, sino ante todo un reto artístico superado con nota alta. Y por momentos, muy alta. Porque inventarse una suerte de precuela sobre el personaje que acabará siendo el malo de los cómics y con el tiempo de las películas inspiradas en ellos, no es sino un reto mayúsculo donde se podían haber dado el batacazo. Y no es así, de tal forma que incluso a los seguidores acérrimos de las películas del género puede que hasta les desconcierte.

La acción nos transporta a un pasado más bien cercano, lógicamente en Gotham, esa ciudad ficticia, mezcla de San Francisco y Nueva York, de aire apocalíptico, que padece una larga huelga de basuras y donde las ratas se están convirtiendo en habituales del paisaje. Un tipo de aire entre triste y siniestro paradójicamente intenta ganarse la vida vestido de payaso por las calles haciendo de hombre anuncio.

De momento no es sino Arthur Fleck, un desconocido. El guion nos muestra su triste vida cotidiana, sus fallidos intentos de ganarse la vida como comediante, de sus relaciones con su trastornada madre y de la maldad que le rodea. Apoyada por una banda sonora de corte entre tétrico y apocalíptico, la película nos muestra con dura coherencia cómo evoluciona la mente del protagonista hasta convertirse en “malo”, en ese personaje que luego combatirá el héroe, que en esta ocasión ni aparece.

Quien suscribe ha creído apreciar en muchos momentos un aroma que le retrotrae al mítico trabajo de Scorsese ‘Taxi driver’. Hasta piensa que la presencia en el elenco de la película de Robert de Niro no es precisamente casualidad. Consciente de que aquel personaje de Travis fue uno de los fundamentales de la carrera del actor, quizá haya aceptado el que ahora interpreta como una suerte de reverso de aquel.

La puesta en escena de la película, el soberbio manejo de la cámara, la fuerza expresiva de algunos de sus planos, hacen que enseguida el espectador se dé cuenta de que no está ni mucho menos ante un producto para palomiteros, sino ante una tremenda reflexión sobre la naturaleza del mal.

Factor clave en la película es, lógicamente, el actor que interpreta al Joker. Bregar con el recuerdo de interpretaciones como las de Nicholson o Ledger no es precisamente fácil, pero Joaquim Phoenix, que hace años dejó de ser “el hermano de River” para ocupar un lugar destacado en el olimpo de los actores especiales, despacha aquí una de las mejores interpretaciones/encarnaciones de su carrera.

Difícil explicar lo que hace el actor. Se vuelca totalmente ante el que intuye va a ser uno de los roles de su vida y consigue llenar con su presencia y su voz la pantalla para entregar a la posteridad una actuación apoteósica. Todd Phillips firma el trabajo. Hasta el momento su carrera, a mi modo de ver, no nos hablaba más que de un tipo con oficio. Aquí ha dado en el clavo. Que ganara el León de Oro en Venecia ya indicaba algo. Ahora, a por los óscar.

En España al Joker de los naipes le llamamos “rabino”, aunque su nombre más propio sería el de comodín. Con este comodín pueden ganar todas las partidas que jueguen, porque se une a unas cartas magníficas, que además han sabido ser muy bien jugadas.

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