Rolando Angulo. Lejos del relax o la búsqueda de nuevos aires, viajar es a menudo también un catalizador de nuestra espiritualidad. La gran variedad de religiones y culturas en el mundo facilita viajar a nuestro interior mediante exóticos impulsos. Un viaje que se dirige lejos, pero que parte siempre de uno mismo.
La universalidad de la espiritualidad
Para muchos, la espiritualidad constituye uno de los pilares más fundamentales de sus vidas. Tanto si se trata de religiones mayor o menormente populares o conocidas, como si la creencia se basa en las energías que habitan y manan de la naturaleza, son incontables los turistas cuya motivación para viajar parte de su espiritualidad. De hecho, incluso el mismo Camino de Santiago en España constituye para muchos todo un verdadero peregrinaje, especialmente para los devotos, aunque atraiga a todo tipo de públicos. Un ejemplo que se extiende por doquier, dado que el mundo está repleto de lugares de destino espiritual donde encontrar la paz o el comienzo de uno mismo.
Desde los festivales sagrados de la India, pasando por los vestigios de la fe y la cultura nativo americanas en EEUU y hasta el fervor de las procesiones en Andalucía, cada país guarda su particular parcela de magia o devoción ancestral. A menudo, oculta entre la muchedumbre que puebla una concurrida calle, en el ensordecedor silencio de la naturaleza virgen o en el templo al uso de cualquier religión. Y es que, como apuntan acertadamente en espacios como astroencuentro, llegar a conectar con nuestro lado espiritual tiene como detonante múltiples situaciones. Siendo un cambio radical de perspectivas —por ejemplo, viajar— un indudable catalizador de ello.
Viajar para encontrarse, para partir de nuevo y creer
Por más individuos que se obcequen en negarlo, creer es y ha sido una necesidad inmanente en la historia del ser humano. De Oriente a Occidente, todas las culturas poseen un riquísimo bagaje espiritual, una cosmogonía de su fe que, a pesar de las diferencias entre etnias, converge en cierto punto hermanando las creencias con sutiles nexos que vertebran la esencia de la humanidad. Con ello, el mundo se abre ante el horizonte de nuestras expectativas de viaje no sólo como un mapa donde ubicar y visitar la belleza. Si no como una cantera de inagotables y variadas fuentes de energía de las que extraer un aprendizaje ulterior a la experiencia física.
Así, son muchos los turistas espirituales que han podido conectar con su yo interior al otro extremo del globo. A través de la interesante mitología maorí en la Polinesia, los inmarcesibles dioses del Antiguo Egipto o los rituales de religión tradicional en Kenia. Por extraño que parezca, una conexión que va más allá del voyerismo turístico, ya que enlaza la interminable caterva de almas que conviven en el planeta en una sola mente colectiva global que halla su razón de ser en la espiritualidad. Lejos de la postal y la fotografía, trabajando un turismo que es, en realidad, un peregrinaje hacia el yo que se escurre del frenesí diario para urdir su paraíso en lugares insospechados.
¿Dónde realizar turismo espiritual?
Además de la antes mencionada India, atrayendo cada año a miles de amantes de una cultura cuyo cromatismo es casi tan rico como su mitología, algunos lugares de destino como Japón —sobre todo, en sus regiones rurales donde todavía pervive el sintoísmo o el budismo— o Hawái—a causa de su filosofía de vida—suelen estar también muy demandados. En estos casos, a causa de su claro contraste frente a sus principales turistas occidentales, aunque lugares de destino como México —señalando en especial el Día de Muertos— suelen ser un buen ejemplo de religiones coexistentes entre lo atávico y lo consolidadamente impuesto.
Recordando que, en muchos casos, viajar a estos lugares requiere de un visado de viaje como los que nos facilitan plataformas de la talla de visaturismo, cabe mencionar que debemos escoger minuciosamente nuestro viaje espiritual. Si bien, en el fondo, cualquier lugar de destino distinto a nuestro país de origen despertará nuestra pasión y curiosidad, nunca está de más dejarnos llevar por su magnetismo. Por alguna razón, el ser humano es capaz de conectar su intuición allá donde se requiere su presencia espiritual. Así que, aunque el poder de atracción de su publicidad sea asombroso, es recomendable obedecer a la presagiadora intuición para decidir nuestro destino.
La importancia de viajar desde un prisma espiritual
La fascinación ante cualquier elemento o contexto insólito es algo natural en el ser humano. Acostumbrados a un recinto de vida y experiencia en singular, no hace falta mucho para despertar nuestra curiosidad. Sin embargo, es preciso marcar una gran diferencia entre el turismo cuyo objeto es el descanso o la exploración de aquel turismo que, a pesar del cambio de espacio y tiempo, es en realidad un viaje a uno mismo. Un viaje donde el lugar sólo actúa como estimulante para esa otra aventura.
Mirar la propia vida, así como las vidas que laten de soslayo a ésta, con una mirada espiritual es acceder a las raíces de lo humano de un modo en que la contemplación, e incluso la admiración, no pueden conseguir. Somos mucho más que arquitectura, paisaje y gastronomía porque nuestras creencias son también un patrimonio. Un legado mediante el que guiar a las generaciones venideras sobre el cartograma de lo intangible, que no es otra cosa que el tesoro en el desván de nuestras mentes.