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As criadas

Escena de ‘As criadas’. / Foto: Teatro de la Estación.

Francisco Javier Aguirre. Se cumplen este año siete décadas del estreno de ‘Las criadas’, de Jean Genet. La obra supuso una convulsión en el mundo teatral del siglo XX. Tardó bastante en llegar a España y puedo presumir de haber asistido, hace 48 años, al montaje que la compañía de Núria Espert ofreció en Madrid, protagonizando la obra junto a Julieta Serrano y Mayrata O’Wisiedo, zaragozana de origen, por cierto. En la esclerótica vida cultural de entonces, la obra supuso un cambio de parámetros para quienes estábamos atentos al devenir del arte escénico.

Con posterioridad se han hecho múltiples montajes de la obra por todo el mundo y solo en el siglo que corre se ha presentado en Zaragoza en diferentes circunstancias y escenarios. Ahora ha sido el Teatro de la Estación, el pasado 6 de octubre, quien ha ofrecido la oportunidad de contemplarla de una forma especialmente interesante.

Dentro del programa de intercambios con compañías portuguesas, y en general extranjeras, que lleva a cabo el grupo Tranvía Teatro, titular de la sala, ha actuado la Companhia de Teatro de Braga, dirigida por Rui Madeira, mostrando una visión especialmente cruda de la trama que diseñó Genet para testimoniar el espíritu cáustico y el resentimiento de las personas oprimidas hacia las clases dominantes.

La singularidad de la propuesta, ofrecida en portugués con sobretitulación en castellano, radica en la escenografía utilizada y en la actuación de las actrices. En lugar de los habituales dormitorios señoriales, la trama discurre en un espacio reducido y lóbrego, entre rejas, como recordando que la obra fue compuesta en la cárcel por su autor. La interpretación de las tres protagonistas Sílvia Brito, Solange Sá y Mariana Reis es de gran impacto, sobre todo por parte de las que personifican a las dos hermanas –las criadas–, cuyo intento de homicidio sobre la señora revertirá en su propia destrucción.

Una dirección vigorosa consigue darle al espectáculo toda la fuerza que el texto contiene. Rui Madeira ha cargado las tintas sobre la virulencia expresiva para conseguir transmitir a los espectadores el mensaje de desesperanza y desasosiego pretendido por el autor.

Tras la representación hubo un sustancioso coloquio entre el público asistente y los artistas.

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