Carlos del Amor y su ‘Confabulación’

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Medrano junto a Carlos del Amor.
Medrano junto a Carlos del Amor.

Ángela Medrano. Al natural, en directo y cara a cara Carlos del Amor resulta mucho más carismático y magnético. Vino a Zaragoza presentando su segunda novela, pero el tercer libro de este periodista de lo cultural que entra a menudo en nuestras casas desde TVE con el relato de las crónicas de los festivales de cine. De hecho en nuestro encuentro ya me avanza que prepara Cannes y no pude resistir una pregunta casi obligada… ¿cómo es la alfombra roja? Y me cuenta que hay mucho, mucho de anecdótico, mucho de escenografía y estrellas, mucho cartón piedra, de cine se trata ¿no?

Carlos del Amor colabora habitualmente con varios programas de radio donde vuelca y aporta su mirada sobre la realidad y se ha convertido en una de las voces más personales y reconocibles del panorama periodístico español. También publica en diferentes revistas e imparte clases y charlas en las universidades. Debutó en la literatura con un libro de relatos, La vida a veces, al que siguió la novela El año sin verano que ha sido traducida al italiano y alemán.

Nos ponemos algo más serios para escudriñar en el libro objeto de presentación: Confabulación. Una novela que de entrada nos brinda conocimiento: ¿sabían ustedes que hay una enfermedad, rara, llamada el síndrome de Korsakoff que consiste en recordar algo que no se ha vivido?. Pues sobre esa base que da pie a imaginar y recrear sin límites y ayudado de unos variopintos personajes, se desarrolla la trama de una novela con un estilo y ritmo ligeros, que engancha y que nos invita a sumergirnos en disquisiciones cuasi existencialistas. Confabulación nos invita a reflexionar sobre la importancia que la memoria tiene en la construcción del presente.

Dicen que los que se anclan en el pasado sufren de nostalgia, los que invierten tiempo en proyectar en demasía el futuro, padecen de ansiedad, ¿qué siente aquellos que no saben si lo que recuerdan realmente lo han vivido?

La novela está plagada de frases sencillas, sujeto, verbo, predicado pero contumaces y definitivas: dónde se suicidan los recuerdos… y la sombra de Albert Camus planea suave pero sin recato en las líneas de unos párrafos limpiamente estructurados y en los diálogos breves pero intensos que soportan la zozobra en la que viven los personajes.

Nos seré yo quien destripe la trama para aquellos que decidan estos días próximos de ocio decantarse por dar la oportunidad a esta obra de 220 páginas donde su protagonista, Andrés Paraíso y sus compañeros de reparto, nos recuerdan que al margen de sus dolencias y sin estar enfermos de la memoria “todo recuerdo es mentira, no hay recuerdo fiel a la realidad, lo moldeamos con el paso del tiempo para hacerlo más acorde a lo que queremos”.

Dónde queda la realidad y dónde la ficción en este juego psicológico que del Amor nos propone. Una obra para la que se ha documentando ampliamente. Para poder facilitarnos la propia introspección y reflexión, el autor parte de una sólida documentación y todas las alteraciones de la memoria que aparecen en la novela son reales. La soledad, el desencanto del desengaño, la duda, elementos a partir de los cuales va tejiendo un historia dónde hay momentos de cinismo e ironía, de humor cáustico, para enfocar como esta enfermedad puede afectar al entorno y relaciones (familia, pareja, trabajo, amistad…).

Y dentro de esos entornos y siendo un tema del que a menudo se habla pero todavía muy poco, el libro toca la cuestión de la identidad digital y de la muerte digital. Qué pasa con nuestro rastro digital, ese dónde almacenamos nuestras vidas en forma de comentarios, fotos, vídeos…que pasa con todo ese legado una vez que hemos muerto, que desaparecemos. El que quede algo de nosotros en la nube nos garantiza, piensa el protagonista de la novela, una cierta pervivencia, un sobrevivir al olvido absoluto.

¿Y que piensan los lectores? Hablamos de la fragilidad del olvido o del poder de la memoria. Lean y juzguen ustedes mismos. Para no quedarse indiferentes y con lectura final positiva confesar que hasta las emociones derivadas de una dolencia extrema son del todo gestionables. Siempre nos quedará la razón.

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