Psicoanálisis

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Fernando Gracia. Hasta finales de los ochenta, cuando cae Ceaucescu, apenas había noticia en nuestras pantallas del cine rumano. Escasa producción y además mediatizada por la dictadura. Sería ya entrado el presente siglo cuando una nueva generación de cineastas se diera a conocer en los mejores festivales de cine, acaparando premios y consiguiendo abrirse camino en pantallas nuevas para ellos. Como las españolas.

Hay quien señala el filme “La muerte del señor Lazarescu” como el pistoletazo de salida de esta nueva era. Su director, Cristi Puiu, no ha dejado de cosechar reconocimientos. Recuérdese la reciente “Sieranevada”, tan interesante como desmesurada, que pudimos ver el mes pasado.

Quizá el momento cumbre de este movimiento fue “4 meses, 3 semanas y 2 días”, de Cristian Mungiu, inquietante relato sobre la represión y el miedo durante los años últimos de la dictadura

A Calin Peter Netzer, que firma la  película que ahora llega a nuestras pantallas, “Ana, monamour”, le conocimos gracias a “Madre e hijo”, ganadora en Berlín, que tuve la oportunidad de saborear en el Festival de San Sebastián, como una de sus perlas de otros festivales.

Volvemos a encontrarnos con un relato realista, rodado con cámara nerviosa pero que no aturde, en esta ocasión alrededor de una pareja y su historia de amor y de desamor. Narrada en forma fragmentada, con abundantes saltos en el tiempo, consigue que el espectador no se pierda en sus vericuetos narrativos, solventando con pequeños detalles la situación en el tiempo de cada secuencia.

Tras un comienzo “muy francés”: ahí es nada dos personajes dialogando sobre Nietzsche, el guion nos traslada a las andanzas de una pareja en la Rumanía de ahora mismo, donde aún se advierten restos de lo que hasta no hace mucho fue. Alguna alusión a la Securitate, al pasado oscuro de algunos personajes y aleteando en todo momento la religión.

No estamos ante un filme comercial, ni mucho menos, aunque tampoco en un producto excesivamente complicado. A veces recuerda a cierto cine iraní –sale perdiendo en la comparación-, y quizá podría haberse aligerado algo en su metraje sobre todo en los últimos pasajes, pero en líneas generales el filme interesa porque sus personajes son creíbles en su complejidad.

El psicoanálisis centra buena parte del guion, ya que a él acuden ambos protagonistas aunque en diferentes partes de su vida en común. Aunque no se asusten: los diálogos nunca son abstrusos ni suenan pedantes, lo que mantiene la acción dentro de un nivel cercano al drama costumbrista.

MirceaPostelnicu y Diana Cavallioti defienden con brillantez sus personajes, con mención especial para la actriz, ya que no es nada sencillo abordar un tipo tan inestable y con el que resulta tan difícil empatizar.

Una buena muestra, por tanto, del buen momento del cine hecho en Rumanía. Aunque sin duda hayamos visto en estos últimos años ejemplos más redondos.

 

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