Por Josian Pastor./ Cómo seguimos todavía vivos, cómo casi cincuenta años después de una dictadura no vuelve a haber una guerra fratricida en España, cómo podemos soportarnos los unos a los otros…
Cómo es posible que dispongamos (aunque nos quejemos de ella), de una seguridad social que no permite dejarte en la calle, cómo tenemos un servicio de pensiones para nuestros mayores aun sin haber cotizado en toda la vida. Cómo la prensa ataca al gobierno de turno de forma hiriente (es su deber si tiene pruebas de falsedad o interés dañino para el pueblo) sin que por ello se encarcele a nadie.
De cómo este país famélico de orgullo ha llegado a tener una policía que no pega ni hace desparecer a nadie por abuso de autoridad, de cómo nuestra historia ha sido una de las más grandes del mundo y la ninguneamos sin rubor.
Nadie habla de que los españoles de a pie somos los que más órganos donamos altruistamente a nuestros semejantes. Que somos de los más solidarios del mundo… Eso parece no interesar.
Permitimos que dirigentes de otras comunidades al este de Aragón (y otras al noroeste) se salten la ley (una constitución basada en constituciones de países europeos a los que querríamos parecernos). Día tras día hacen lo que quieren y nadie toma represalias contra ellos. Se sienten seguros como Al Capone en su hotel de cinco estrellas allí, en Chicago.
España, ese país de grandes genios culturales, todavía resiste a los recortes dándolo todo de sí (que es mucho).
La marca «España» sigue siendo la cultura: Su cine, su pintura, su música…
Y aún así se la sigue maltratando. Somos españoles para ser juzgados como conquistadores, pero no somos españoles cuando acogemos a cientos de miles de sudamericanos, africanos, europeos del este o asiáticos.
Nuestra escuela pública (aunque conlleva unos gastos de libros inentendibles para mí) enseña a todos los niños venidos a España, de cualquier nacionalidad, casi siempre en detrimento de los niños españoles que deben homogeneizar sus conocimientos en favor del extranjero, que en muchas ocasiones no sabe el idioma y va más que retrasado en conocimientos tanto como en cultura y moral occidentales.
España es un reducto que también parece sentir vergüenza de su lengua principal, el castellano o español, puesto que es pisoteada y ninguneada por algunas regiones que priorizan lenguas minoritarias que la excluyen, que quieren destruir un sistema de convivencia y una lengua de futuro frente a la caverna, el retroceso y el enfrentamiento social. En vez de convivir, de elegir, prefieren dinamitar…
Tendría guasa que dentro de cien años tuvieran que contratar profesorado español para aprender la lengua que sus políticos enterraron y poder desenvolverse en el mundo futuro.
Y digo yo, ¿sería conveniente volvernos a matar como lo hicieron nuestros abuelos? ¿Ése es el camino? ¿Sería conveniente ser un país de micro-naciones como los Balcanes (vaya éxito) y seguir odiándonos durante cientos de años más? Si ya somos un país pequeño y casi representativo en el mundo, ¿qué seríamos si cada región fuera una nación? Sería bueno para los que fueron nuestros enemigos naturales: Francia e Inglaterra. «Divide y vencerás». ¿Qué peso político tendríamos entonces en una Europa unida y fuerte de grandes naciones? Mejor no pensarlo.
¿Debería España despertar y hacerse notar tal como la idealizan muchos? ¿Sacar ese mal genio que no es suyo sino nuestro y hacer retroceder en sus guaridas de comadreja a todos aquellos que se aprovechan de la libertad y las leyes tan flexibles que tenemos? ¡Si bastaría con aplicar la ley!
Aprendamos a mirar. Aprendamos a convivir.
El odio sólo engendra odio. Que lo tengan en cuenta los que nos toman por tontos.
El poder y el dinero son los únicos dictadores del sistema. Con la corrupción que conlleva todavía no se ha hecho justicia.
El poder envenena. Te esposa a tu sillón de oro, te idealiza frente al vulgo.
Si son los poderosos los que mancillan nuestra vida, nuestros derechos y nuestra libertad, ¡quitémoslos del poder! Pero para eso también hay que ser valientes, consecuentes con nuestra realidad y sobre todo, ser conscientes de que ellos son lo que aparentan porque nosotros se lo hemos permitido.
El poder no es poder si nadie lo alienta.