Se quiebra
su pálida sonrisa.
Un chasquido metálico
ahoga el último resquicio
de esperanza.
Desde las almenas de su miedo
acecha los pasos del verdugo.
Intuye el próximo viaje
sin retorno.
Hoy su pequeña Alba está a salvo.
Ni siquiera se eriza el vello
de su piel.
Marca el número secreto
y espera,
sujetando sus latidos.
Los golpes recibidos con las palabras
le han dejado señales invisibles,
dolorosas.
A veces, desde el cubilete del azar,
promiscua, reptante, oscura,
la palabra culpa salta.
Temerosa de un futuro incierto,
engrasa las cadenas
antes que escapar del yugo.
Y así, enganchada a esa noria,
da vueltas dentro de un círculo
despótico, irracional, opresivo.
Ellas:
Con el miedo en el cuerpo.
Con el pecho al descubierto.
En actitud desafiante.
Con el coraje de los valientes.
Con el alma adormecida de terror.
Con un bozal en la boca.
Ellas:
Con la desesperanza de los don nadies.
Con el fracaso de la derrota.
Con el aullido del desesperado.
Ella:
Con el miedo en el cuerpo.
Con el instante incómodo
de su existencia.
Un arco iris dibujaste en tu alma,
amplio espectro de luz que se instaló en tu mirada
mientras conjugabas el verbo amar.
Diez años de sombras te ocultaron.
Dejaste de ser, engullida por el miedo,
invisible, en un mundo de ciegos.
Diez años muda.
Tu cuerpo reescribía palabras nuevas.
Víctima de un sistema de pulseras.
Diez años en los que el arco iris cayó de tus ojos,
se dibujó en tu piel, perdió su luz, mutó sus colores.
Cuando el amarillo sucedió al violeta,
el rojo se diluyó entre lágrimas al caer el telón
¿Quererme? Sí. Me quería.
Y quería mi pena.
Y quería mi desgracia.
Y esa querencia nos unió cuatro décadas.
Como cuatro lados de un cuadrado impecable.
Con sus ángulos rectos y sus aristas firmes.
Cuatro cuadradas décadas que generaron un poliedro de seis lados.
Un dado de seis perfectas caras.
Un regio cubo cerrado
sin puertas ni ventanas.
Una impoluta caja decorada con lunares rojos.
Fueron perfectos los cuadrados
y regio el cubo que albergó,
envuelto en papel regalo enlazado con raso negro,
nuestro amor,
con nuestra querencia,
con mi pena y mi desgracia.
Abrir la ventana quise
para saltar fuera
y dejar atrás el miedo bicéfalo
que salió de tu bestiario
y de mí hizo su feudo.
No entendí, no vi venir.
Daltónica.
Jardín por jaula,
jugoso por mojama,
circo por feria de monstruos.
Una danza fecunda
Una danza fecunda
atravesada de dardos
que no dejan huella.
Mi piel, inviolada.
Mi alma, ultrajada en cada paso.
Hoy abro la ventana
y salto fuera.
Atrás, decapitado, el miedo bicéfalo.
Cerrado con llave tu bestiario.
Yo, tierra de nadie.
GRUPO MOLIÉRE DE POESÍA.
De su libro » Talcualsomos»