Luis Pérez Cámara.
Soy una perra con mucha suerte.
No sólo porque los voluntarios de esta protectora sevillana me encontraron cuando vagaba perdida, desesperada y muerta de frío.
Tuve suerte, porque además de darme comida y un techo bajo el que dormir, también me dieron protección y cariño, a mí y a todos mis cachorros.
Tengo mucha suerte, no sólo porque hacen todo lo posible para que tengamos una vida digna e intentan que todos acabemos adoptados en casa de una familia que nos dé la vida que nos quitaron cuando fuimos abandonados…
Pero, sin ninguna duda la mayor de todas mis suertes es que mi caseta no está a la vista y esta panda de mal nacidos no me ha visto, ni a mí ni a mi camada.
Mientras oigo los chillidos desesperados de mis amigos, tengo que pensar rápido y tragarme lo que siento.
Aunque soy una perra (recién parida) y no soy capaz de sentir odio, si no tuviese que poner a salvo a mis pequeños me lanzaría sobre cualquiera de estos cobardes y le arrancaría la cara de un mordisco.
Es lo que se merecen. No poder mirarse en un espejo en lo que les resta de vida. Pero no puedo permitir que me vean, si no todo se habrá terminado para mis pequeños peludos. Ahora, y siempre, ellos son lo primero.
Por debajo del vallado excavo rápido un agujero por el que salir.
Mis pequeños duermen felices, ajenos a lo que ocurre, por suerte.
Tres de mis uñas se rompen mientras cavo, y uno de mis colmillos se parte mientras doblo hacia arriba la valla de acero. Duele como mil cuchillos pero soy capaz de no emitir ningún gemido.
Uno a uno, saco a mis cachorros. La única sangre que resbala por sus cuerpecitos es la de mi boca que sangra. Sólo la mía y ninguna más.
Cuando saco al último y los dejo en un lugar seguro, lejos de toda esa maldad, vuelvo al refugio.
Pero todo ha terminado. Ya se han ido. Cobardes!
Aún logro ver la mirada agonizante de uno de mis amigos.
A lametazos le limpio su carita ensangrentada. Al menos que muera sintiendo mis besos.
Aunque soy una perra y no puedo derramar lágrimas, sí que lloro ante lo que observo.
Pero ahora debo irme a cuidar a mis pequeños.
Siguen dormidos y la luz tenue de la luna es testigo silencioso de su sueño tranquilo. Les limpio los restos de mi sangre como hice con mi amigo.
Ellos al menos tendrán otra oportunidad.
Cuando amanezca, y ya falta poco, volveremos al refugio. Quiero estar allí con mis zarposos sanos y salvos, cuando vuelvan mis amigos humanos, los voluntarios.
Quiero limpiarles las lágrimas del rostro y las heridas del alma, a lametazos. Es lo mínimo que puedo hacer por ellos. De igual forma ellos me curarán las heridas de mis uñas arrancadas y mi colmillo partido.
Y estaré absolutamente agradecida hacia ellos. Por lo que hacen por mi, por mis pequeños, por los demás perros a los que rescatan.
Un día, cuando mis cachorros estén adoptados por una familia y jueguen felices y tranquilos, le daré gracias a Dios o al destino, al karma o al universo, de la buena gente que se está haciendo cargo de nosotros.
A fin de cuentas, no quiero nada diferente de lo que una madre humana querría para sus hijos.
Luis Pérez Cámara.