Francisco Javier Aguirre.– La pérdida progresiva de la lucidez mental es fundamentalmente una situación angustiosa. Vista desde las butacas de un teatro, el problema puede mostrar sus perfiles graciosos por lo que supone de juego entre la realidad y la ficción. Pero el día a día, que cada vez más personas –y consecuentemente más familias–, experimentan, tiene componentes bastante más cercanos al drama que a la comedia.
La obra escrita por el joven novelista y dramaturgo francés, que ha dirigido con mucho acierto José Carlos Plaza, se sostiene merced a la valía artística de su protagonista, que encarna a la perfección el proceso de la decadencia de una persona mayor con un entorno familiar de cierta solvencia, pero en el que hacen mella las dificultades derivadas de la problemática.
El elenco actoral que acompaña a Héctor Alterio, formado por Ana Labordeta, Luis Rallo, Miguel Hermoso, Zaira Montes y María González cumple envolviendo la trama de una manera anecdótica, con algunas lagunas, una vez situado el epicentro en el hombre que va caminando paso a paso hacia su desinserción social e incluso personal. Abandonada su vivienda en una primera fase, convive con su hija y su yerno, en una segunda, y finaliza la tercera irremisiblemente en una residencia de ancianos, desde la que no hay más vuelta atrás que una lenta extinción hasta el arribo de la muerte.
El proceso es tópico, aunque está bien narrado y mejor representado por parte del protagonista desde el punto de vista de los espectadores. La escenografía está bien diseñada y es elocuente. Pero la cuestión no queda ahí porque la reflexión se impone de inmediato: ¿es correcta la dinámica que se observa desde las cómodas butacas? Si no correcta, al menos parece hoy por hoy inevitable.
Las familias patriarcales han desaparecido y los ancianos han de establecerse en comunidades afines para resolver demandas bastante homogéneas. Esta despersonalización es una de las consecuencias de la sociedad avanzada en la que queremos vivir. La alternativa no es fácil encontrarla.
Francisco Javier Aguirre