Francisco Javier Aguirre. La Zaranda, un grupo de teatro nacido en Jerez de la Frontera hace casi 40 años, tuvo que trasladarse a Madrid hace dos por penosos azares artísticos y administrativos. Ahora se denomina Teatro Inestable de Ninguna Parte.
En coproducción con el Teatre Romea de Barcelona, ha estrenado –estreno absoluto– el pasado fin de semana en el Teatro Principal de Zaragoza su última producción: ‘Ahora todo es noche’. La obra, original de Eusebio Calonge, presenta a tres mendigos, «tres personajes arrojados por la borda de su destino, que se encuentran en mitad de la noche como náufragos”, en palabras del autor. Los sitúa como “seres transparentes que van por la ciudad reclamando atención, que alguien les escuche, que alguien les dé carta de naturaleza”.
Bajo la dirección de Paco de la Zaranda, que actúa en la obra con su nombre oficial, Francisco Sánchez, los actores Gaspar Campuzano y Enrique Bustos componen con el director un trío representativo de la mendicidad marginal que podemos contemplar en cualquier rincón de una ciudad contemporánea.
El interés inmediato de la obra radica en que nos presenta las vivencias cotidianas de estos mendigos, que el espectador suele desconocer, aunque suponga. El contacto que mantenemos habitualmente con los desahuciados de la fortuna no pasa de ser visual y dura pocos segundos. Ahora, en la pieza de Calonge asistimos a sus peripecias en una noche cruda, en la que muestran no solo las miserias físicas que les acosan y les hermanan, sino también las disputas y malentendidos que los enfrentan.
Con esta realidad convivimos como individuos y como sociedad. Pretendemos ignorarla, darle la espalda, pasar de puntillas lo más lejos posible de su miseria. La obra no está planteada como un alegato contra la insensibilidad que nos ha ido invadiendo, pero nos la pone delante para que cada cual saque sus conclusiones.
Como espectáculo teatral, ‘Ahora todo es noche’, subtitulado ‘Liquidación de existencias’, resulta impactante por su autenticidad. Los tres actores componen sus personajes con una enorme dosis de verosimilitud y una permanente plasticidad. Uno de los elementos más sobresalientes es el tránsito de la presunta vulgaridad de unos simples mendigos a la sorprendente muestra de su calado poético y filosófico. El lenguaje es muy expresivo en todos los registros, muy trabajado, con un ritmo adecuado y oportunos deslices hacia la socarronería y el humor amargo.
Como complemento de la actuación, en el vestíbulo del Teatro se muestra una pequeña exposición con objetos procedentes del local de ensayo de la compañía, que resumen la singular trayectoria durante cuatro décadas de unos artistas que viven en profundidad para el teatro.