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La autora de las Meninas

Carmen Machi en ‘La autora de las Meninas’.

Francisco Javier Aguirre. La figura de Isabel Guerra, una mujer que ingresó a los 23 años, en 1970, en el convento cisterciense del Monasterio de Santa Lucía, en Zaragoza, ha sido en parte la inspiradora de la obra teatral ‘La autora de las Meninas‘, escrita y dirigida por Ernesto Caballero, que se presentó durante el pasado fin de semana en el Teatro Principal.

Carmen Machi, como Sor Ángela, una monja copista especializada en pintura realista, Mireia Aixalà, como directora del Museo del Prado, y Francisco Reyes, como guardia nocturno de seguridad en el mismo, ponen en pie esta comedia con ribetes políticos e intelectuales.

Por una parte se plantea una posibilidad visionaria: la descomposición del Estado español en 2037. (Hay que advertir que en el pensador, historiador, botánico y filósofo catalán Alexandre Deulofeu la vaticinó en su libro ‘La matemàtica de la historia’, ya hace 60 años, para 2029).

De forma que no es novedad ni la monja pintora ni la presunta disgregación de España, con el retorno de la peseta y la crisis generalizada que algunos agoreros pronostican ya, poniendo el futuro entre interrogaciones. A ello se suma el debate sobre la función social e intelectual del arte, el valor de la realidad o de su imitación en los momentos actuales, intoxicados por tanto fraude de nombres, marcas y productos. Así que más allá de la anécdota, hay un catálogo de temas sobre los que reflexionar.

La trama arranca cuando el Gobierno populista del Partido del Pueblo opta por solucionar la dramática situación de las arcas del Estado vendiendo ‘Las Meninas’ de Velázquez, la joya del Museo del Prado, a una monarquía petrolera que proyecta un museo faraónico en el desierto. El plan es hacer una réplica exacta del cuadro para que nadie perciba el cambiazo. Sor Ángela deberá encargarse de ello. La transformación que experimenta la monja durante el proceso creativo, pondrá en peligro la misión.

A nivel interpretativo, Carmen Machi es un portento. Lo mismo se pone en la piel de una humilde monja, que se somete a una posesión infernal o se marca un rap. Su energía es admirable y se luce como actriz principal. Las intervenciones de Mireia Aixalà son un tanto irregulares, mientras que Francisco Reyes desempeña un papel de circunstancias como guardia nocturno.

La escenografía de Paco Azorín se apoya en las proyecciones audiovisuales de Pedro Chamizo sobre tres grandes pantallas que se acercan y se alejan en función del momento narrativo.

 

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