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La orgía perpetua

Cartel de la película.

Fernando Gracia. Paolo Sorrentino ya no es una suerte de nuevo “enfant terrible” del cine. Ya es un director consagrado, a pesar de haber dirigido pocas películas. Y una serie para la tele, no nos olvidemos: “Theyoung pope”, paradigma de su inconfundible estilo.

Se espera por tanto con cierta expectación su nuevo trabajo, aunque la afición –o sea, los que leemos un poco sobre este mundillo- sabemos que lo que vamos a ver es un remontaje hecho por el propio autor, para ser exhibido en las pantallas internacionales. O sea, dos horas y media de un tirón, en lugar de dos películas de cien minutos cada una que es como se concibió el trabajo y se estrenó en Italia.

Y por ahí le vienen algunos de los defectos que se aprecian en lo que vemos. Algo de desorden, desigualdad en cuanto al interés de lo que se muestra y mayor hincapié en lo que puede generar más morbo en los espectadores, o sea muchas chicas poco vestidas, mucha pose sexy y mucha juerga.

El primer éxito en nuestro país de Sorrentino lo obtuvo con “Il divo”, soberbio retrato de la figura de Andreotti. No va por ese lado el acercamiento a la figura de Berlusconi, personaje que no necesita presentación, pues lo hemos tenido en nuestras pantallas y en nuestros diarios durante años y sabemos –o creemos saber- unas cuantas cosas sobre él.  Las más escabrosas, principalmente.

La película comienza con dos secuencias, una corta donde hay una muerte…extraña y otra larga, muy larga, que viene a ser una especie de apoteosis del Berlusconismo modelo cadenas televisivas de su propiedad. Ya me entienden. O sea, Sorrentino se autohomenajea repitiendo el comienzo de su obra cumbre, “La gran belleza”, donde también al principio asistimos a una muerte absurda y a un derroche musical modelo RaffaelaCarrà.

Silvio tarda mucho en aparecer, tanto que la película parece que va de otra cosa. Pero es que en principio sí va de otras cosas, ya que el título original es “Loro”, que aunque uno no domina en exceso la lengua del Lazio no tiene nada que ver con los animales, sino vendría a ser algo así como “ellos”. Y es que alrededor de la figura de Berlusconi pululan un buen número de personajes que vienen a representar lo que quiere contar Sorrentino de su Italia. Nada edificante, por cierto.

Cuando aparece Silvio en pantalla, o sea nuevamente el actor fetiche del director, el gran Tony Servillo, la cosa cambia. La acción se centra en la mimetización que el maquillaje y el talento del interprete napolitano consigue para que nosotros veamos ahí a ese hombre increíble, que si no supiéramos que existe de verdad pensaríamos que era una exageración de los guionistas.

El filme, un tanto largo a la postre, porque sobran unos cuantos planos donde se exhibe el director en el terreno plástico pero que aportan poco a la historia, oscila entre momentos brillantes, escenas con gran fuerza –la conversación con su socio, interpretado también por Sirvillo-, la discusión con su esposa, la fallida relación con una jovencita y algunas más- y otras en las que el estilo barroco, estéticamente hermoso, abigarrado, descaradamente felliniano, no sirven más que para que los árboles no dejen ver el bosque.

Así, pues, la sensación final es contradictoria. Personalmente me lo he pasado francamente bien, aunque no dejo de observar la irregularidad del producto final que se nos muestra. Ahora bien, ojalá fuera así lo peor que viéramos este año en nuestras pantallas. Porque lo que no hace la película es dejar indiferente al espectador. Es más, genera controversia, lo que en arte me parece un logro.

Pienso que va a ser difícil que Sorrentino supere su obra “La gran belleza”. Parece ser que piensa que ha alcanzado el estatus de creador, lo que es un arma de doble filo. Puede que ello le obligue a repetirse y copiarse, lo que no es bueno ni malo en sí mismo. El tiempo dirá.

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