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En tiempos de lo digital

Fernando Gracia. Olivier Assayas apenas ha estrenado entre nosotros, aunque su filmografía consta ya de un buen número de títulos. Los aficionados más conspicuos sí le conocen, sobre todo por saber que es habitual que sus trabajos se vean en los mejores festivales de cine.

Personalmente debo decir que no hace mucho tiempo me interesó en “Viaje a Sils María” y en su miniserie sobre el terrorista Carlos, por lo que esperaba con optimismo el  estreno que ahora nos llega, “Dobles vidas”, máxime cuando volvía a contar con la espléndida Juliette Binoche al frente del reparto.

Assayas nos ofrece una historia a cuatro voces, dos parejas de intelectuales, o más bien cabría decir que se mueven alrededor del mundo de la cultura. Un editor, su esposa actriz, un escritor especializado en autoficción –o sea, alguien que gusta contar su vida mezclándola con toques de ficción, como el último Almodóvar- y una consejera personal de un político.

En la película se habla mucho, muchísimo. Y como es habitual en el cine francés se come y se bebe sin parar. Eso sí, con absoluta naturalidad. Se podría decir que su estructura es teatral, aunque el director lo compensa moviendo continuamente la cámara –eso sí, sin marearnos- así como a sus personajes, que rara vez se están quietos más de medio minuto.

Toca unos cuantos temas el director y guionista, comenzando por la eterna polémica sobre el futuro de los libros en papel, con interesantes –aunque apenas originales- disquisiciones sobre el mundo de las redes sociales, los blogs, los influencers, las cifras de venta, los gustos del público y asuntos más o menos relacionados con la industria de la cultura.

Poco a poco el guion va derivando a las relaciones personales, con infidelidades cruzadas en la mejor tradición francesa. Todo ello, eso sí, sin perder nunca la compostura, con elegancia y un toque de banalidad, algo así como eran las conversaciones en las viejas películas de Rohmer, aunque aumentando la edad de sus personajes.

La sensación final que me ha dejado este filme, que en el fondo no es sino una comedia aunque no esperen echarse risa alguna, es algo contradictoria. Por una parte reconozco que me ha entretenido y que me han hecho gracia una serie de chistes privados dirigidos a una posible clase media alta habitual consumidora de cultura libresca y cinematográfica, y por otra me ha parecido como si estuviera viendo un debate televisivo sobre temas de actualidad, más o menos brillante pero en el fondo ni fu ni fa.

Corre el riesgo el espectador medio de no entrar en el juego propuesto y acabar incluso irritado ante tanta verborrea: avisados quedan. Si por  contra se acepta la propuesta se puede pasar un buen rato con las idas y venidas de estos personajes… tan franceses. Unos personajes bien defendidos por Guillaume Canet –algo plano, como de costumbre-, Vincent Macaigne, muy famoso en Francia por su trabajo como actor y director teatral, y sobre todo por las mujeres, que ganan en este filme por goleada. Olivia Ross, Christa Teret y la magnífica Juliette Binoche a la cabeza, que da siempre la sensación de estar disfrutando de lo lindo, con chiste final sobre ella misma incluido.

Interesante filme, aunque comprendo que a muchos posibles espectadores apenas les interesará. Y es que en cierta manera su esplendor es como las burbujas de un buen champagne. Francés, naturalmente. Muy, muy francés.

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