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De vuelta en el pueblo

Crítica de ‘El peral salvaje’.

Fernando Gracia. No abundan los estrenos de películas turcas en nuestras pantallas. Por eso los buenos aficionados deberían saludar con entusiasmo la que en plena canícula, rodeados por productos de mero consumo, han tenido a bien estrenar en nuestra ciudad, por título ‘El peral salvaje’, que ya de entrada hay que advertir que no va precisamente de agricultura.

Su director, Nuri Bilge Ceylan es de los pocos directores turcos que han visto estrenada parte de su obra en España –’Érase una vez en Anatolia’, ‘Lejano’, ‘Los climas’ y sobre todo su celebrada ‘Sueño de invierno’-, por lo que sabemos su afición por retratar la vida en la Turquía profunda, como vuelve a ocurrir con el filme ahora estrenado.

La trama se centra en la vuelta de un joven a su pueblo, donde vive su padre. Las relaciones con él además de con viejos amigos que no salieron de aquellas tierras componen al núcleo del guion, desarrollado pausadamente –el filme se mueve por las tres horas- y en el que es fundamental entrar para poder disfrutarlo.

Apenas hay acción, desde luego no hay aventuras ni ocurren aparentemente grandes cosas, pero a poco atento que se esté a los soberbios diálogos el espectador se podrá dar cuenta de que, burla burlando, se tocan multitud de temas relacionados con la vida en ese país ahora mismo: así pues observaremos que se habla de arte, de literatura, de religión y cómo no de política. Todo ello sin estridencias, con lenguaje llano, en largos planos preferentemente peripatéticos, mientras los personajes caminan.

La planificación del filme recuerda con frecuencia la utilizada por el iraní Abbas Kiarostami, aunque a mi modo de ver con mayor profundidad temática. Una forma de rodar que para aquellos espectadores acostumbrados a consumir cine rapidito y de fácil consumo puede echar hacia atrás, pero que para aquellos que buscan en el cine algo más que entretenimiento de usar y tirar –aunque sea de vez en cuando- acaba por constituir un producto de visión obligatoria.

Hay momentos magníficos en esta película: la conversación del joven protagonista, escritor en ciernes, con un escritor consagrado o la larga conversación caminando por el campo de varios jóvenes, donde se abordan temas relativos a la religión. Sutilmente el director nos hace una disección de la situación actual de su país en relación con tema tan importante.

Y sobre todo las conversaciones con su padre, hombre con problemas relacionados con el juego, cuya presencia en el filme va siendo mayor a medida que transcurre acabando por componer un personaje interesantísimo, muy bien interpretado por Murat Cemcir, actor de origen georgiano muy popular en Turquía.

Estamos ante un filme que casi es un oasis en medio de la programación, que hay que abordar con tranquilidad y teniendo una cierta idea previa de lo que se va a ver. Si se entra en la propuesta del director se podrá encontrar con un ejemplo de cine que habla del ahora mismo de un país que él bien conoce y donde se filosofa, se discute de religión, se habla de literatura, se abordan las relaciones familiares, y todo ello con un cierto barniz de desencanto, nada complaciente en suma.

Eso sí, los consumidores de blockbusters y los abducidos por las técnicas narrativas impuestas por las cadenas de televisión, se lo pueden perder tranquilamente. Esta es una película para reflexionar e incluso pensar. Y es verano…

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