Fernando Gracia. Bien podría decirse que las películas sobre campos de concentración y/o exterminio constituyen un subgénero por sí mismas. Con frecuencia relatan hechos auténticos, y así ocurre con una nueva entrega, Sobibor, que no es sino el nombre de uno de esos lugares de infausto recuerdo, situado éste en Polonia en una zona cercana a la frontera con la URSS.
En el año 1943 un grupo de prisioneros, mayoritariamente judíos, protagonizó una huida que acabó siendo masiva, con el resultado que unos letreros finales cuenta.
En la película, el director y a la vez primer actor, el ruso Konstantin Khabenskiy, se pone en la piel del soldado de su misma nacionalidad a quien llamaban Sasha, que comandó la acción. Durante la primera hora de película asistimos a la vida cotidiana en el recinto, plagada como es de triste rigor de barbaridades y de excesos, en la que se contradice el refinamiento y buen orden que en otras ocasiones se ha mostrado. El resto de metraje se utiliza para narrar la planificación y la ejecución del plan de rebelión.
En mi opinión la película vale más por la importancia de lo que cuenta que por su forma cinematográfica de contarla. Durante muchos minutos la sensación de “deja vu” es la predominante, cargando las tintas con frecuencia. Al desenlace le falta fuerza dramática, aun siendo muy dramático lo que allí se cuenta.
Pienso que no se saca suficientemente partido a la figura del comandante de campo, del que al final se nos informa sobre su suerte tras la guerra. Contribuye a ello también que lo encarne el habitualmente inexpresivo Christopher Lambert, a quien hacía tiempo que no veíamos en una producción medianamente interesante.
Como información al respetable puede valer, como película no es gran cosa. Y menos cuando la historia del cine nos ha mostrado notables títulos sobre historias transcurridas de esos tristes lugares.
La fotografía en colores oscuros sí que merece ponderarse. El aspecto de muchos de los personajes no tanto, sobre todo cuando quien más quien menos ha visto fotos de aquella triste época. Pero esa es con frecuencia una batalla perdida.